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sábado, 12 de abril de 2014

Oh Boy 

Niko (Tom Shilling), el protagonista de la ópera prima del alemán Jan Ole Gerster, representa, en cierto modo, a una generación de jóvenes perdida y desencantada con la realidad actual, la de una Europa que nos vendía hasta hace poco tiempo un futuro porvenir, una vida plenamente satisfecha, una realización personal incontestable. Niko es la encarnación del joven de veintitantos, con estudios, sin trabajo ni oficio en plena crisis existencial.


Avalada por la crítica europea, el filme del director alemán – que bebe de lo autobiográfico - echa por tierra todos estos ideales y lo hace en un escenario que en España nos han impuesto como la panacea: Berlín, el Berlín de su director. De hecho, la ciudad y sus lugares comunes, anónimos y clandestinos se convierten en un personaje más en esta escapada de apenas 24 horas en la vida de Niko.

A ritmo de jazz acompañamos a este joven en su recorrido por un intrincado autorretrato emocional, un redescubrimiento identitario en el que no es tanto su protagonista como el resto de personajes encontradizos quienes ayudan a definirle y a establecer una cercanía o distanciamiento en un relato en blanco y negro que o mete al espectador en este atractivo juego ficcional o se posiciona como un voyeur en un ejercicio casi documental.


La propuesta narrativa de Ole Gerster no oculta sus referentes. En su coctelera cabe desde el Woody Allen de Manhattan – al menos en lo estético - hasta la frescura y el desenfado de corrientes europeas como la Nouvelle Vague. El tono del filme, de hecho, parte de la comicidad gracias a las situaciones surrealistas que experimenta el protagonista en lo que para él es un día en el que se cumple a rajatabla la Ley de Murphy. Y a pesar de su envoltorio socarrón, bajo sus capas subyace una crítica y un fondo más serio del que aparenta. 


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