El Gran Hotel Budapest
Hablar de Wes Anderson es hablar de uno de los pocos directores
estadounidenses con un universo y un lenguaje perfectamente reconocibles. Su
última película, El Gran Hotel Budapest
supone la sublimación de todo ese
engranaje creativo y por ello no escatima en dejar su impronta en las
retinas de un público quizá más amplio. Así, quien quiera acercarse a su obra,
El Gran Hotel Budapest supone un perfecto viaje de iniciación.
Su última propuesta es una delicia trufada de ese marcado carácter
personal: travellings infinitos,
simetrías perfectas, maquetas de muñecas que recuerdan más a un espectáculo
en vivo de marionetas, todo ello bajo un halo de fábula de lo más naif, es
decir, universo Anderson 100%. Por
primera vez, el director se aleja de Estados Unidos para realizar un homenaje al viejo continente y lo hace
abordando un período que, por lo general, suele ser mostrado en el cine de una
forma gris: El período de entreguerras y
la ascensión de los totalitarismos. Aquí, el cineasta estadounidense
prefiere aproximarse con cierta nostalgia a una etapa prebélica en la que bullían
multitud de vanguardias artísticas y Europa lucía una esplendorosa majestuosidad.
En este contexto, Anderson coloca
a sus personajes para contar la historia del asesinato de una acaudalada mujer,
Madame D (Tilda Swinton) y el cuadro que ésta deja en herencia a un conserje de
hotel, Gustave H (Ralph Fiennes). Para ello Anderson presenta el relato en tres tiempos
haciendo guiños al cine de espías y aventuras, una especie de Cluedo en el que el
espectador se siente partícipe. Entre los referentes cinematográficos apreciables se encuentran el expresionismo alemán y su particular
juego de sombras para generar suspense hasta la comedia clásica de Ernst Lubitsch con fantásticas cabriolas
elípticas.
Como en sus anteriores filmes, el
director cuenta con buena parte de su familia actoral fetiche: Bill Murray, Owen Wilson, Jason Schwartzman,
Edward Norton, Adrien Brody…, una gran familia que se ha ampliado con la
incorporación de Ralph Fiennes, - un
fantástico debutante en el universo Anderson -, y los jóvenes Tony Revolori (Zero) o Saoirsen
Ronan (Agatha), entre otros.
Ahora bien, limitar el argumento del filme a la simple resolución
de este misterioso caso sería quedarse en la superficie y, como suele suceder
en el cine de Anderson, su aparente
ligereza no resta profundidad al mensaje. Al fin y al cabo El Gran Hotel Budapest ahonda en la
importancia de revisitar el pasado y reaprender de él y, por encima de
todo, se centra en una temática recurrente en su cine: La familia. El vínculo paternofilial o
maestro-discípulo que se establece entre Gustave y Zero no es más que la excusa
para abordar la importancia de la herencia emocional, encontrar a esa persona
especial a la que merezca la pena perpetuar en el tiempo. Y ligada a ella, un
lugar o lugares… El Gran Hotel Budapest
aloja exquisitas vivencias y merece la pena hospedarse en él.
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