Páginas

viernes, 18 de abril de 2014

El Gran Hotel Budapest

Hablar de Wes Anderson es hablar de uno de los pocos directores estadounidenses con un universo y un lenguaje perfectamente reconocibles. Su última película, El Gran Hotel Budapest supone la sublimación de todo ese engranaje creativo y por ello no escatima en dejar su impronta en las retinas de un público quizá más amplio. Así, quien quiera acercarse a su obra, El Gran Hotel Budapest supone un perfecto viaje de iniciación.



Su última propuesta es una delicia trufada de ese marcado carácter personal: travellings infinitos, simetrías perfectas, maquetas de muñecas que recuerdan más a un espectáculo en vivo de marionetas, todo ello bajo un halo de fábula de lo más naif, es decir, universo Anderson 100%. Por primera vez, el director se aleja de Estados Unidos para realizar un homenaje al viejo continente y lo hace abordando un período que, por lo general, suele ser mostrado en el cine de una forma gris: El período de entreguerras y la ascensión de los totalitarismos. Aquí, el cineasta estadounidense prefiere aproximarse con cierta nostalgia a una etapa prebélica en la que bullían multitud de vanguardias artísticas y Europa lucía una esplendorosa majestuosidad.

En este contexto, Anderson coloca a sus personajes para contar la historia del asesinato de una acaudalada mujer, Madame D (Tilda Swinton) y el cuadro que ésta deja en herencia a un conserje de hotel, Gustave H (Ralph Fiennes). Para ello Anderson presenta el relato en tres tiempos haciendo guiños al cine de espías y aventuras, una especie de Cluedo en el que el espectador se siente partícipe. Entre los referentes cinematográficos apreciables se encuentran el expresionismo alemán y su particular juego de sombras para generar suspense hasta la comedia clásica de Ernst Lubitsch con fantásticas cabriolas elípticas.


Como en sus anteriores filmes, el director cuenta con buena parte de su familia actoral fetiche: Bill Murray, Owen Wilson, Jason Schwartzman, Edward Norton, Adrien Brody…, una gran familia que se ha ampliado con la incorporación de Ralph Fiennes, - un fantástico debutante en el universo Anderson -, y los jóvenes Tony Revolori (Zero) o Saoirsen Ronan (Agatha), entre otros.

Ahora bien,  limitar el argumento del filme a la simple resolución de este misterioso caso sería quedarse en la superficie y, como suele suceder en el cine de Anderson, su aparente ligereza no resta profundidad al mensaje. Al fin y al cabo El Gran Hotel Budapest ahonda en la importancia de revisitar el pasado y reaprender de él y, por encima de todo,  se centra en una temática recurrente en su cine: La familia. El vínculo paternofilial o maestro-discípulo que se establece entre Gustave y Zero no es más que la excusa para abordar la importancia de la herencia emocional, encontrar a esa persona especial a la que merezca la pena perpetuar en el tiempo. Y ligada a ella, un lugar o lugares… El Gran Hotel Budapest aloja exquisitas vivencias y merece la pena hospedarse en él.


No hay comentarios:

Publicar un comentario