Timbuktu
“No la mates, agótala”. Esta sentencia inicial engloba a la
perfección el último trabajo del mauritano Abderrahmane
Sissako, Timbuktu, filme valiente,
basado en hechos reales, que aborda la instauración del régimen yihadista en la
región de Malí en 2012. La cinta, que
figura como una de las nominadas a Mejor Película de Habla No Inglesa en los
próximos Oscar, no podría venir en un momento más oportuno, justo cuando nuestros
telediarios nos traen día sí y otro también las atrocidades perpetradas por los
extremistas religiosos y que ya no resultan tan lejanas.
A través de la familia de Kidane (Ibrahim Ahmed), su esposa Satima
(Toulou Kiki) y su hija Toya (Layla
Walet), Timbuktu realiza un
retrato sutil y efectivo del régimen de terror que se va apoderando de su
cotidianidad en las pacíficas dunas así como de la de los habitantes de la
ciudad. Las prohibiciones absurdas tales como jugar al fútbol, fumar o tocar un instrumento y cantar,
son sólo el comienzo de la instauración de un régimen totalitario, que como tal,
funda sus cimientos en el miedo y en una interpretación perversa de la fe o, en
todo caso, del raciocinio común.
En este sentido a Sissako no le hace falta recurrir a trucajes
sonoros/musicales o visuales para moldear las emociones del espectador: Simplemente muestra la realidad como es.
Y lo hace valiéndose de una coreografía
visual que noquea al espectador por la belleza de los paisajes africanos, la
narración poética de ciertos pasajes – como un partido de fútbol sin su
razón de ser: el balón – y la crudeza de
la aplicación de la sharía sin necesidad de recrearse en la
violencia más explícita.
Timbuktu llega en un momento
crucial a la cartelera y afortunadamente lo hace bajo el prisma y la mirada de
un director que bien conoce la realidad de su país y de sus conciudadanos, sin
tamices occidentalizados. De ahí que su
narrativa - acorde con los ritmos que marcan otras regiones planetarias -pueda
resultar a ojos del espectador occidental un tanto pausada. Ahora bien, esa
elección no resulta arbitraria y se
acopla perfectamente con la idea de que el asentamiento del miedo y la sinrazón
se cuelan subrepticiamente y se cocinan a fuego lento. Cobra así sentido la
frase que abre el filme. Una sociedad agotada se deja doblegar pero el Tumbuctú
que dibuja Sissako se resiste a que sus libertades y cultura queden secuestradas
en manos de unos pocos fanáticos.
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