Techo y comida
Premio del Público a la mejor película y Biznaga de Plata
a la mejor intérprete femenina para Natalia de Molina en el pasado Festival de
Málaga, Techo y comida, del
debutante Juan Miguel del Castillo,
bebe de la dura realidad a la que hemos sido (y somos) bombardeados en los
informativos en los últimos años: Los desahucios. Partiendo de este escenario
con el que, lamentablemente, convivimos a diario el mérito de este cine llamado social consiste en no caer en el mero
reportaje documental y conferirle la categoría de ficción. Del Castillo
logra en su ópera prima ese difícil equilibrio y deja al espectador al borde de
la asfixia.
La actriz Natalia de Molina (Amar es
fácil con los ojos cerrados) es, sin duda, quien lleva el peso en este
drama en el que interpreta a Rocío, una joven madre soltera a quien la vida ha
golpeado a una edad demasiado temprana. Con un hijo a cuestas, un piso ruinoso,
sin estudios, en paro y endeudada, Rocío se presenta como un personaje
metido ya en una dinámica de desidia,
desesperanza y desesperación tras haber quemado los cartuchos y recursos de un
sistema de bienestar que muestra síntomas de escasez y agotamiento.
En este sentido el director no deja
concesión para con el espectador pues las miserias y desgracias acosan a la
protagonista de principio a fin, una sensación de ahogo que se acrecienta con esa
cámara que se convierte en su sombra.
No obstante, esta Rocío sufridora,
angustiada, llena de miedos e inseguridades, a la que pone rostro y alma una proverbial Natalia de Molina, no es
más que la representación de todas esas Rocío anónimas al borde de la
indigencia o víctimas de las consecuencias devastadoras de esta
crisis. Junto a ella, poquitos personajes secundarios, entre los que destaca
una estupenda Mariana Cordero, la
vecina “de la guarda” que proporciona cierto alivio a un relato, ya de por sí, muy pesimista.
Juan
Miguel del Castillo no juzga a su protagonista y prescinde de florituras escenográficas para
mostrar una historia tan cercana y contada con tanta naturalidad que nos asusta
con su apabullante honestidad. Desde
luego, Techo y comida pone el dedo en
la llaga y logra sacar los colores del respetable pero a quien debería sonrojar
son a todas aquellas instituciones que han decidido mirar hacia otro lado ante
una realidad dolorosa y demasiado habitual. Techo y comida llega a las
salas en un oportuno momento preelectoral, la lástima es que sea un producto circunscrito
al periplo festivalero y de audiencias reducidas.
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